Me pongo serio y apoyo la bocha al suelo intentando emular
al genio de Román. Porque estos temas solamente se pueden tratar con visión de
juego, con pausa, con toque quirúrgico. Porque al hablar de fútbol, fijate qué
loco, las camisetas se quedan a un lado y a este gallina de sangre se le eriza
la piel cada vez que lo ve a Román tirar ese caño a Yepes. Bronca y felicidad,
como la vida misma, enmarañados en una misma pintura. La belleza del Guernica
pegando en este pecho adolorido, bellamente adolorido… ¡Esto es fulbo pibe!
Nos podemos sentar a
charlar sobre el “¡Giunta, Giunta, Giunta… Huevo, huevo, huevo!” y estaremos
hablando de fútbol bello. Una patada de Serna o una barrida de Perfumo. Un penal
mal cobrado o un off side que no fue. Pero la violencia, la violencia es otra
cosa.
Acá es donde hay que vestirse de Riquelme y, con la suela
sobre el balón, hablar despacio, ordenar la jugada, y dar el pase justo, ahí,
al vacío…
Estos días estamos hablando de fútbol violento, de hinchas
(que no son hinchas) violentos, de jugadores violentos… técnicos, periodistas,
dirigentes, políticos… violentos. Estamos tirando la pelota afuera y sacudiendo
nuestras ropas de una mugre que, queramos o no, también nos pertenece. Buscamos
chivos expiatorios con la velocidad de Claudio Paul; no sea cosa que quedemos
pegados en una grande, ¿no?
Es que la violencia es nuestra, está acá. Somos violentos y
hay que hacerse cargo. ¿Por qué otro motivo bancamos que existan cantos
ofensivos hacia la humanidad ajena? ¿Por qué toleramos que en las canchas se
hagan y digan cosas que, muy probablemente, nos indignaría en el living de
nuestras casas?
Nos cubrimos tras el manto hipócrita del folklore del fútbol
para hacer y decir todo aquello que sentimos, pero reprimimos, de lunes a
sábado. Los domingos nos permitimos insultar acusando de bolivianos, mientras
que los lunes adherimos a la hermandad latinoamericana. Un insulto es decir “boliviano”,
no es halago, es insulto. ¿Por qué? Si esto no es hipocresía puede ser
ignorancia o amebismo. Apoyamos con todas nuestras fuerzas al matrimonio
igualitario pero en la cancha elegimos herir la concentración del arquero
contrario acusándolo de puto.
Los hipócritas se muestran sin tapujos los domingos mientras
que en la semana se visten con el traje de buen señor. Quiero creer que no hay
mucho de esto, pero lo que sí hay más que fueras de juego de Funes Mori es
ignorantes; amebas que se arrastran por lo que es, sin ponerlo en cuestión ni
un cachito. Hinchas que se niegan a pensar lo que cantan, lo que avalan. Gente
de bien que ignoran lo que hacen. Son los mismos que hoy exigen a los dirigentes
de Boca (como hace un tiempo le exigían a los de River) que tengan más peso en
la AFA y en la Conmebol. Les piden libremente que logren beneficios, ventajas,
que el resto no tendría; se les pide tráfico de influencias, se les pide mafia.
Claro, después, en la sección política del periódico se demanda honestidad y
transparencia para la Argentina.
Entonces los hinchas, cuya mayoría entra en estos dos grupos,
pedimos terminar con las barras para terminar con la violencia en el fútbol.
Temo decirles que para acabar con la violencia en el fútbol tenemos que ponerle
fin a la violencia a secas, violencia y nada más.
Es el Estado quién debe hacernos ver esto, las escuelas
tienen que enseñar en base a la igualdad de verdad. Tienen que haber políticas
públicas reales para poder cambiar, controlar los mensajes mediáticos. Campañas
de concientización. El Estado es el encargado de generar un cambio cultural
importante.
Pero claro, y acá finalmente llegamos con las paredes hasta
la puerta del área, ¿Por qué habría de preocuparse el Estado en terminar de
raíz con todo esto? ¿Por qué querrían terminar con la fuerza de choque que les
permite mantener sus lugares de privilegio en nuestra sociedad? ¿Por qué si los
barras trabajan para los partidos políticos que necesitan de la violencia para
imponer sus decisiones? ¿Por qué si los barras trabajan para los gremios que
trabajan para que los empresarios perpetúen la explotación de trabajadores?
¿Por qué si los dirigentes negocian con los barras para presidir esas enormes
cajas recaudatorias que son los clubes? ¡Es la Economía, pibe!
A Mariano Ferreyra lo mató un barra de Defensa y Justicia
que fue a reprimir la manifestación de trabajadores explotados. Trabajadores
tercerizados del ferrocarril que demandaban condiciones dignas de laburo.
Favale (el barra) fue enviado por Pedraza, el secretario general del gremio que
debía defender a esos trabajadores, para que defienda los intereses de la
empresa.
Los jugadores los saludan, los hinchas los vitorean, los
dirigentes les pagan, los políticos los apañan. Los barras son la punta de un
iceberg que no sé cuántos queremos ver completito.