2 de octubre de 2017

Matilde

Matilde se topó con él. Lo vio por ahí, tal vez de paso, quizás en un café. Puede ser que cruzando una ancha avenida, mientras el hombrecito rojo del semáforo titilaba, puede que en el apuro entre la entrada y salida de un comercio.

Le dije que hacía tiempo yo no lo veía, aunque no puedo asegurarlo.

- Tanto espacio. Tanto tiempo. Tanto que aún no sabemos, que todavía ni imaginamos. Tanta inmensidad probablemente imposible de medir. Se vuelve muy improbable que solamente seamos nosotros, en este granito de polvo estelar, flotando imperceptibles en un océano interminable de tiempo y lugar, de polvos y luces, de vacíos y oscuridades, de nadas y todos. No, no me la creo. Algo más tiene que haber. Algún principio que prometa, algún final que de sentido, que explique – me dijo un día, antes de comprobarlo.

La luz tenue que se apagaba, como cuando suena el hasta mañana de un padre que ya les leyó el cuento, que ya se va a su propia cama, que ya extingue la jornada presionando la tecla junto a la puerta de la habitación de sus hijas, cobijadas y adormecidas. La luz tenue de una vida que dejaba un cuerpo para explicarse en otros rumbos. Para buscar el sentido en otras formas, en otros tiempos. Un adiós que nunca calla para los que seguimos acá, sin entender.

Matilde que nada entre aquello que se olvida y esto que se recuerda. Matilde que transita. Matilde es vida que conecta.

Hoy apoyé mi oreja sobre el vientre tenso, rebosante. Hoy le susurré un buen día de padre que disfruta sus volteretas, sus espasmos, sus patadas  de niña que crece. Hoy le susurré un suspiro y me devolvió un viento cálido.

Matilde me dijo que por ahí se lo había cruzado. Que él, al pasar, le había guiñado un ojo cómplice, distendido y alegre. Y que ella le regaló su chupete, lo único que en ese momento tenía a mano.

Matilde, que ya me habla, me dijo que le dijo feliz cumpleaños al abuelo que anda por otros lados.