Todo indicaba que el martes 10 de septiembre del 2013 iba a
ser otro día como los demás. Al menos así había comenzado más allá de algunos
matices distintivos que, sin embargo, no llegaban a hacer una diferencia tal
como para tornarlo un día extraordinario. Pero la cosa, finalmente, cambió.
Ese día era un martes normal, nadie paró las rotativas para imprimir
una tapa de urgencia ni varió tampoco el capricho de mi despertador, empecinado
en encenderse cada día en el mismo horario. Los Yanquis andaban con ganas de meterle
bala a otro país en oriente medio y la tele debatía sobre cómo y cuándo debería
hacerlo. Hacía un poco de calor, algo extra a lo habitual, es cierto, pero nada
como para marcar al día como una excepción al calendario de la historia. La
selección jugó un partido, ganó, y con comodidad se clasificó al mundial del
siguiente año.
Ese martes los pobres fueron pobres y los ricos mandaron. La
luz de mi habitación se encendió cuando presioné el interruptor y el policía de
la esquina siguió observando a los transeúntes. Las escuelas abrieron sus
puertas y los maestros que siempre faltan, faltaron. Nada raro pasó ese martes.
Los imprescindibles pusieron el cuerpo y se ocuparon.
Todo indicaba que el martes 10 de septiembre de 2013 iba a
ser un día como cualquier otro, sin embargo pasó algo. Ese día, ya de noche, cuando
iban 65 minutos de juego, Messi paró un balón y se le fue largo. Eso hizo de
ese día, un día extraordinario…